Lo que callamos las mujeres feministas. En una sociedad patriarcal heteronormada

Me declaro culpable (y culposa). MUY.  Y no sé bien si responsabilizar al machismo, a mi propia historia familiar o a la colonización. En fin. Quiero hablarles de esa culpa que aflora cuando sospechamos de hemos sido protagonistas de un acto machista en nuestras propias prácticas, pero es tan doloroso aceptarlo que dudamos. Es tan confuso que ni siquiera estamos seguras de que sea un micromachismo. Y es tan frustrante que responsabilizamos a la estructura social. Me refiero a esos momentos en donde nos confrontamos con lo difícil que es ser feminista, por ejemplo, cuando tu pareja y tú tienen planes diferentes para un día libre, entonces cada uno toma su rumbo (porque es maravilloso tener una relación donde podamos tomar nuestras propias decisiones). Pero en cuanto el otr@ se va, sentimos una sensación extraña, como si en el fondo esperáramos que el otr@ se quede o nos molestara que quiera un plan diferente al nuestro (aunque tampoco le proponemos que se quede, porque esperamos que lo haga por voluntad propia o sentimos que es demasiado incoherente coartar la libertad del otro con los deseos propios). O cuando sentimos celos de una situación que es absolutamente injustificada, y lo tenemos claro, por eso no lo decimos. Lo callamos. Las mujeres feministas a veces callamos cosas que sentimos. 

Entonces, cuando el otr@ llega lo recibimos como si nada o cuando sentimos celos nos mordemos la lengua. Otras veces sentimos culpa de no intervenir en una reunión social en donde aparece un comentario o chiste machista, entonces, en lugar de hacer lo de siempre (visibilizar-discutir-ser tildada de feminazi-pelear-discutir-discutir) Nos quedamos calladas, porque en ese momento no tenemos ganas de pelear. Porque cansa. AGOTA. Nos callamos. Entonces más tarde, nos arrepentimos de no decir lo que sentíamos. Pero callamos otra vez.

Podría dedicar la tarde entera a dar ejemplos o contar anécdotas, pero creo que detrás de todo esto hay un profundo temor de ser tildada como débil, emocional, “demasiado mina” o “andar con la regla”. En el fondo, lo que estamos experimentando es la sanción a la emocionalidad en su máxima expresión, porque la pena, la rabia, los celos o la culpa “caracterizan el ser mujer” y no queremos replicar ese estereotipo, porque apesta. Tenemos esa necesidad profunda de ser coherentes, y nos rompe el útero tener un desliz, porque hay que ser perfecta. Ya no tenemos que satisfacer el estereotipo de “ser mujer” y nos liberamos tanto de eso, que ahora tenemos que satisfacer el estereotipo de “ser feminista”. TENEMOS QUE SER COMO DEBE SER. LAS FEMINISTAS TENEMOS QUE SERLO Y PARECERLO.

Sí, en ocasiones somos el paco interno, la voz del patriarcado vestida de feminismo, pues nuestro entorno no tiene como adivinar lo que sentimos, y capaz que es bueno decir ¿sabes qué? Hoy no tengo ganas de hacer esto. Hoy me gustaría tal cosa, o siento tal otra. Porque la pena, la culpa o los celos los sentimos porque somos personas y los sentiríamos incluso si el machismo deja de existir (Dios me oiga). Y capaz que estoy hablando puros sinsentidos, pero quiero dejar de callarme, quiero dejar de callar lo importante, lo grave y lo cotidiano. Simplemente eso, dejar de callarnos. Este blog es un poco eso. Aunque nos expongamos a críticas (qué bien sentir que ser una persona es tener derecho a equivocarse también), aunque nos cueste, aunque sea doloroso, aunque suene repetido y monótono. No vamos a callarnos más.



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